Miguel me comenta que lo conoció alrededor de 2010, en Jerry’s Artarama, una tienda de materiales de arte en Miami. Trabajaba allí. Lo cuál significa que posiblemente lo vi más de una vez, ya que compré allí mis pinturas por muchos años. A Miguel le llamó la atención su carácter, su disposición a la ayuda. Frank respondía sus preguntas con precisión, casi con ternura, con ese raro talento de orientar sin resultar impositivo. Supo después que, además de atender la tienda, era también artista plástico.  

Lo invita a una muestra en septiembre de 2012 —en la apertura de su taller/galería— con una selección de dibujos. Lo fue conociendo de a poco, y me cuenta que lo que más le conmovía —más allá de la destreza técnica, porque era autodidacta— era su calidad humana. Hemos visto demasiado como el talento suele venir del brazo de la arrogancia. Franz, me cuenta, era un niño escondido en el cuerpo de un adulto. Y desde allí lidiaba con el mundo, como un juego.

Como curador y jurado, Miguel pudo premiarlo en un concurso e exponer su trabajo en varias exhibiciones. Una de ellas, dedicada a los autorretratos, dejó en él una huella. Visitó a Frank en su apartamento y le pidió una pieza que dialogara con dos autorretratos previos. Emergió uno de los autorretratos más interesantes y logrados que haya visto jamás. Un Frank que, al autorretratarse, abre el encuadre y convoca su mundo, a sus compañeros de Jerry’s, amigos, las figuras del cine que lo motivaban a dibujar.  Con una extraña sensualidad duplicó su propio rostro en las esquinas inferiores del cuadro. La pieza fijó un temperamento. El retrato como archivo de lo afectivo.

El 20 de diciembre de 2021 llega la noticia de que Frank había fallecido. Rodez tenía conocimiento de mucha obra que permanecía inédita. Dos años más tarde, en una celebración en su memoria, pide a su entorno cercano ver sus últimas piezas. Aquel autorretrato se había multiplicado en varios testimonios de una vida breve pero convenientemente aprovechada. Decide que el conjunto merecía ser compartido y gestionó el espacio y el momento. Sería en el Museo Favarola de la Universidad de St. Thomas, en Miami, el próximo primero de noviembre.

Rodez hará su homenaje con la serie con la que Frank hace el suyo a Franz Messerschmidt. Capas de reconocimiento que se superponen unas a otras.

Nadie conoce a nadie en su totalidad. Homenajear es un acto humano que intenta evitar dos abismos: el olvido y la destrucción de las evidencias de una vida que pierden dueño y custodio. En este caso, de una vida que se intentó replicar en obras de arte. Reconoce un carácter, una ética de trabajo, gentileza, una sensibilidad que intentó atravesar dos siglos en un viaje de ida y vuelta. Y es también un cierre que deja la puerta entreabierta.

Esta exposición que posiblemente no reseñe The New York Times es, como las que sí recoge, testimonio de una mirada relacional, donde todos los involucrados se ven reflejados. Creo que tanto Izquierdo como Rodez, y Messerschmidt con sus gestos extremos reconocen que la verdad de un rostro está en lo que lo desborda.

Me sumo al homenaje, al gesto de Rodez, a la breve vida util de Franz Izquierdo, a la desquiciada fuerza del escultor alemán. Sobre todas las cosas, rindo homenaje a todos los que emigramos y trajimos con el pasaporte, sueños. Que zarandeamos cuando lo creemos muertos, que vigilamos, no sea que un día, nos sobren dos horas para poder cumplirlos.

Miguel Rodez es un artista visual multidisciplinario y autodidacta afincado en Miami, cuya obra—reseñada por The Miami Herald, El Nuevo Herald, Frommer’s y otras publicaciones—se distingue por una poética de la textura: superficies densas, a menudo en formatos circulares (tondos), con pinceladas palpables y pigmentos iridiscentes. Transita con solvencia por el dibujo, la monotipo, la pintura, la instalación, la escultura y la fotografía, y trabaja en series conceptuales que interrogan la memoria visual y el deseo de emancipación: Twentieth Century Masters (retratos monumentales de artistas del siglo XX), Imagine Liberation y Escape (cartografías de la libertad), Floral Sensuality (una réplica masculina a O’Keeffe), Sweet Vibrations (color y ritmo como partitura) y Monumental, donde destaca la escultura cinética Lucky Link (20 pies). Su instalación Forever Dalí—cuatro imágenes a escala en un corredor profundo—ofrece al maestro catalán la eternidad que anheló, y sintetiza la ambición de Rodez: devolver al retrato y a la forma su potencia afectiva como archivo de lo humano.