
Todas las imágenes han sido tomadas del artículo de The Paris Review. Fall, 2025, y de diversas fuentes en internet.
La presencia de Talia Chetrit en el mapa contemporáneo de la fotografía no la define únicamente el desmontaje de su intimidad. Nacida en 1982, formada en la tradición analógica y en un pensamiento visual extremadamente consciente de sus propios mecanismos, ha convertido lo doméstico en un territorio de sospecha, especialmente en la serie en la que roza —sin entregarse— la experiencia de la maternidad.
Su aproximación al tema no responde a la iconografía habitual; se aleja de lo sentimental o del registro terapéutico. En JOKE, el libro publicado por MACK en 2022, la maternidad aparece más como provocación que como interrogante conceptual.

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Chetrit insiste en que su obra no es 'sobre la maternidad', sino sobre el tabú que la rodea. Yo no estoy tan seguro de que ella, o quien por ella escribe, entienda el significado de la palabra tabú. Al menos de lo que se desprende de un análisis somero de sus fotografías. Leí que considera que 'este proceso íntimo' no es anecdótico sino una herramienta para delimitar el rango de imágenes 'violentas' que la cultura está dispuesta a tolerar.
No encuentro mucho novedoso en ello. Se hace todo el tiempo. Muchos artistas exponen, con toda intención, imágenes que desafían la psiquis de entornos élites, como el de la cultura. Quizás, porque este posible rechazo instintivo se contenga por la tolerancia que concede el entrenamiento. Y claro que genera curiosidad cartografiar la cinética de estas reacciones, in situ, de ser posible. Mucho más cuando se ataca —desde algún punto de vista— el cándido imaginario cultural de la maternidad.

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Muchas de estas fotografías, las más crudas, tensan el límite de la tolerancia estética. Superan el umbral de la incomodidad simbólica y la susceptibilidad diferencial, desafiando la iconografía hegemónica del cuidado y la ternura. Dicho tan crudamente como ellas: enfocan el recipiente, el horno donde se cuece una promesa.
¿Cómo metaboliza el sistema cultural las imágenes que alteran su homeostasis afectiva?
Probablemente bien, porque saltar los límites —dentro del espacio que la sed de transgresión y la fascinación por lo grotesque han expandido— está bien visto.
La maternidad puede ilustrarse con imagen de un recién nacido en los brazos amorosos de la madre. Pero también con la detallada foto de una cesárea. En su imaginario opera abrumadoramente la atenuación afectiva. Los rasgos negativos pierden peso emocional. Nada tiene que ver la exposición de un seno erotizante con el de la lactancia. Ambos pueden ser incluso, el mismo. Si se quiere dinamitar el sesgo de idealización, muy bien. Lo normal es proyectar el potencial, lo bello y lo luminoso e ignorar lo problemático, lo ambiguo y lo incómodo.

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¿Cuál sería el mecanismo natural?
La disonancia cognitiva gestionada por la atracción. Si algo nos gusta —o alguien—, y advertimos algún elemento o señal discordante, automáticamente reorganizamos la percepción para que no haya conflicto interno, para que lo deseado conserve su forma ideal.
El arte puede llevar este conflicto a otro nivel y puede desencadenar otras respuestas. Es lo que pudiéramos llamar una 'una experiencia estética de alta intensidad y un efecto descolocador'.

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En el caso de Chetrit —y en muchísimos otros— el material proviene de su círculo más íntimo. Mantiene ante ellos una distancia fría e intelectiva. Da por sentado su vida sigue siendo privada mostrando su propio cuerpo. Tiene razón. Es el fundamento de su lectura: la intimidad como acto de construcción, no de exposición. Nada en su obra es espontáneo, cada encuadre, cada gesto, cada variación de luz responde a una intuición conceptual sobre el poder —y el peligro— de la fotografía.

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En ese sentido, su aproximación a la maternidad busca insertarla en un sistema de signos donde lo familiar se vuelve extraño, y lo extraño, inevitablemente familiar. Probablemente ensaye una gramática visual para hablar del cuerpo en un tiempo en que —especialmente el de las mujeres— corre el riesgo de ser consumido por narrativas reductivas.
Su aporte a la conversación contemporánea, propone el texto al principio, no está en mostrar lo que otros no muestran —que es lo común—, sino en atreverse a exponer ángulos incómodos de una institución tan sagrada para la sociedad, como es la maternidad. Declararla un 'espacio' donde la imagen se puede fracturar y donde casi toda la alegría paga un altísimo precio de dolor.

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