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¡Que sabios los antiguos sabios!

Noviembre 11, 2025 | Por Jorge Rodríguez
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En 1992 pasé muchísima hambre. Nada que ver con el apetito: hambre. Cuba atravesaba posiblemente el año más negro de lo que el gobierno llamó “Período Especial en tiempos de paz”. Así lo nombraba, en sus intervenciones televisivas, el presidente Fidel Castro. Por su poder, por el peso de sus palabras, por lo lapidario y definitivo de cada una de sus decisiones, podía ser considerado un  faraón, y de alguna manera lo era. En ese mismo año el gobierno egipcio anunció oficialmente el proyecto de construir un nuevo y Gran Museo para aliviar y actualizar al Museo Egipcio de la plaza Tahrir.

Estatua de madera del guardián del ka del rey, con el tocado nemes. Imagen cortesía de IMG.

Un Egipto antiguo y uno moderno

Aunque los bloques de granito del interior de la Gran Pirámide de Keops pueden llegar a pesar 60 u 80 toneladas, la mayoría pesa entre 2 y 3 toneladas. Después de colocar el primero, aquellos laboriosos egipcios colocaron el resto a razón de unos 315 bloques diarios como promedio. Veinte años después, un esclavo muy bien vestido y alabando el funerario espíritu constructivo del faraón, ubicó el último, encima de todos, en la punta de la pirámide. Que aún retiene un peso equivalente a 16 Empire States sin inquilinos u 800 000 elefantes africanos en época de lluvia.

La primera piedra del Gran Museo se colocó en el año 2002. Una bastante ligera, por cierto. Una piedrecita. Empezaron a colocar las siguientes cinco años más tarde. A ese ritmo, el Egipto contemporáneo tardaría once millones y medio de años en terminar una pirámide modesta, casi una maqueta de las de siempre. Afortunadamente, tomaron cartas en el asunto y convocaron con urgencia un concurso internacional para su desarrollo. Los arquitectos Róisín Heneghan y Shi-Fu Peng, de Heneghan Peng Architects, en Irlanda, se hicieron con el proyecto. Tres años más tarde, en 2005, comienzan los martillos a sonar, el ruido y el polvo. En 2010 empieza el traslado de las piezas más grandes, como el coloso de Ramsés II y el montaje de las colecciones. La construcción se dio por terminada en 2023. Fueron 31 años de esfuerzo, con electricidad, tecnología, agua fría, aire acondicionado, computadoras y televisión. La telefonía móvil, en ese mismo período de tiempo, evolucionó desde el Motorola International 3200, de un kilogramo de peso, hasta el Samsung Galaxy S23 Ultra, un smartphone de 234 gramos.

Primeros visitantes

En octubre de 2024 se hace una apertura parcial —de prueba— para ver qué tal iba la cosa. Permitieron solo 4000 visitantes diarios. El 1.º de noviembre se inauguró de manera oficial con una ceremonia presidida por Abdel Fattah el-Sisi y con la presencia de jefes de Estado y casas reales europeas. Hace unos días, el 4 de noviembre, coincidiendo con el aniversario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, abrió completamente sus puertas al gran público.

La pragmática

Estimaciones oficiales sitúan su coste en torno a los 1.200 millones de dólares, aunque algunos analistas, que incluyen sobrecostes y obras asociadas, elevan la cifra por encima de los 3.000 millones.

El Gran Museo del Cairo es impresionante... Reflejar su tamaño en números fríos no permite una idea clara de sus proporciones. El Louvre, por ejemplo, es mucho más grande en lo que a espacio expositivo se refiere. Es más o menos como el Prado, o como si el MoMA estuviera dedicado exclusivamente al arte egipcio. Contando la superficie total, el complejo ocupa unas 70 canchas de fútbol europeo.

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Colección

Los tesoros capitales de la colección son el Coloso de Ramsés II y las Barcas Solares de Keops. Ramsés preside el gran atrio de la entrada. Es un coloso monumental de once metros de altura y 83 toneladas de peso, que movieron con todo el cuidado del mundo desde la Plaza Ramsés, en el Cairo, hasta su actual emplazamiento, en el año 2006. Fue una operación de ingeniería gigantesca. El coloso se erige hoy como guardián del museo y punto de unión entre la antigüedad y la modernidad arquitectónica de Egipto.

La Primera Barca Solar de Keops fue descubierta en 1954 por el egiptólogo Kamal el-Mallakh, cerca de la Gran Pirámide. Estaba dentro de un foso que permaneció sellado durante más de 4 500 años. Se encontró desmontada en más de 1 200 piezas y llevó una década volverla a armar. Esta embarcación ritual, concebida para transportar al faraón Khufu en su viaje eterno junto al dios sol Ra, es considerada el barco de madera más antiguo y mejor conservado del mundo. Fue trasladada al Gran Museo Egipcio en 2021 como destino permanente. Una segunda barca fue encontrada en 1987 mediante estudios con radar. Devolverla a la luz estuvo a cargo del japonés Sakuji Yoshimura bajo la mirada siempre suspicaz del egiptólogo Zahi Hawass. Más fragmentada y deteriorada que la primera, y compuesta por más de 1 700 piezas, se exhibirá en el futuro junto a la primera, dentro de un laboratorio visible al público.

En general, exhibe más de 100 000 objetos de todas las épocas del Antiguo Egipto, del período predinástico al Egipto romano y copto. Lo que más despierta mi curiosidad es la colección total de los tesoros funerarios de Tutankamón —5 398 piezas— expuesta por primera vez de forma íntegra en un solo museo y en una sola galería.

La apertura del GEM ha sido recibida internacionalmente como un poderoso símbolo cultural —calificado por la prensa como “la mayor institución del mundo dedicada a una sola civilización”—, pero también como un proyecto que arrastra desafíos: años de retraso, secciones aún por completar y la exigencia de cumplir con una experiencia museística global de primer orden.

Sin embargo, y sin sorpresa alguna, no he encontrado un solo artículo donde este enorme despliegue histórico y artístico haya sido leído críticamente desde una dimensión ideológica. No igual, por supuesto, pero sí de modo similar a como cuestionamos el emplazamiento de monumentos coloniales tras la conquista de América. Derribados casi todos o reinterpretados como símbolos de sometimiento.

Desde algún punto de vista —extremo quizás—, ¿esta monumental narrativa, más allá de celebrar la grandeza arquitectónica del pasado, no resignifica y glorifica el legado de una monarquía que llevó a una fusión extrema el poder político y religioso? Los faraones no solo fueron reyes, sino dioses en la tierra. Toda la monumentalidad que generaron fue también, y en grado considerable, una pedagogía del poder, una maquinaria para generar obediencia y memoria para perpetuarla. Ningún otro sistema ideológico ha podido sostener algo similar durante tanto tiempo y con una coherencia tan absoluta.

¿Por qué nadie parece ni siquiera considerar —con timidez, sonrojo y tratando de ser ignorado— la minimización de la experiencia como trabajo esclavo, la jerarquización extrema, mental y física, y las innumerables e ignotas formas de servidumbre que hicieron posibles esas construcciones? ¿Por qué luce más la exaltación de una monarquía teocrática hereditaria, aún más concentrada, sacralizada y absoluta, que una reflexión sobre sus costes humanos?

¿Y si hiciéramos el ejercicio mental —a modo de ficción— de cómo procederíamos a desmontar esta narrativa, toda esta arquitectura?

Será en un texto posterior.

PD. Quede claro que me resultan muy simpáticos los antiguos egipcios. Todos, no solo los faraones.

Gallery

 Vista nocturna del Gran Museo Egipcio con proyecciones jeroglíficas y una imagen de la máscara de Tutankamón formada por drones. Foto: IMG.
 Visitantes del Gran Museo Egipcio ante el coloso de Ramsés II en el atrio principal. Foto: © pa/dpa.
La Primera Barca Solar de Keops, expuesta en el Gran Museo Egipcio tras su traslado en 2021.
Máscara de Tutankamón — restaurada, vista frontal.
Sarcófago dorado de Tutankamón, parte de la colección funeraria completa expuesta en el Gran Museo Egipcio.
 Líderes y dignatarios mundiales durante la inauguración oficial del Gran Museo Egipcio, 1 de noviembre de 2025
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