
En los tiempos que corren, la filantropía corporativa se mueve con cautela. Al menos en Estados Unidos parece enfrentar un periodo de reajuste. El escrutinio federal sobre las políticas de diversidad, equidad e inclusión ha afectado las estrategias de donación. No es algo que, de momento, me quite el sueño. Me deja una sensación curiosa. Como percibir en un momento de distracción, que una nube ha tapado el sol mientras una brisa fría levanta una esquina del cuaderno.
Cuando tenía a mi cargo algunas de las responsabilidades del Museo de Arte Contemporáneo de las Américas de Kendall, recibía cada semana boletines sobre la gestión de museos y conservación de patrimonio. Sé que mi trabajo depende de la caridad. No soy productivo, no soy óptimo. Genero subjetividad. Y esa subjetivad, atractiva para cierto público, depende muchas veces del patrocinio institucional o corporativo.
Pero el patrocinio empresarial ha empezado a adoptar una prudencia inusual. Lógico, porque los tiempos son, a ojos de muchos, imprudentes. Aún así muestra resiliencia, disciplina financiera y sobre todo coherencia con los objetivos corporativos. Eso leo en el boletín que recibo de la American Alliance of Museums que, cita a su vez, un artículo del Non Profit Times.
La presión política y social ha llevado a las empresas a priorizar la gestión de la propia institución y a evitar que la exposición pública implique riesgos reputacionales. Por ejemplo, el en pasado reciente se donó mucho a las causas 'populares'. Esto solía mejorar la imagen corporativa. Hoy, muchas de ellas son políticamente controversiales, especialmente aquellas asociadas a grupos raciales o demográficos. Si hasta hace muy poco las empresas decidían lo que merecía ser apoyado, hoy muchos de esos fondos son destinados a programas donde los empleados eligen sus 'nobles causas' —proponen proyectos sociales— y votan cuáles financiar. Otra modalidad es donde la empresa iguala (matching gifts) las donaciones que los empleados hacen con su propio dinero: si uno de ellos dona una cantidad a una ONG ambiental, según el caso, la empresa donará la misma cantidad a esa misma entidad.
El cambio busca evitar polémicas políticas o sociales y al mismo tiempo mejorar la participación y el sentido de pertenencia dentro de la organización. Es una estrategia más segura y participativa para canalizar la 'necesaria' filantropía corporativa.
Así la energía parece también desplazarse a la revisión de las políticas internas y al trabajo constante con los equipos legales y de cumplimiento normativo. Lo que se trata es de blindar la acción filantrópica frente a litigios o cuestionamientos regulatorios, insertándola en una lógica de gestión de riesgo más propia del gobierno corporativo que de la beneficencia tradicional.
Las proyecciones indican que, en 2026, las aportaciones de los donantes recurrentes no variarán significativamente, aun cuando persista la incertidumbre en torno a las modificaciones tributarias que podrían incidir en su deducibilidad. Pocos esperan un impacto fuerte, pero la mayoría considera prematuro evaluar los efectos de la nueva política tributaria.
Las empresas que donan dinero a organizaciones sin fines de lucro también perciben cambios importantes. Muchas de estas organizaciones están cuidando su lenguaje y forma de trabajar para no meterse en problemas. Ya no está de moda utilizar términos como diversidad o justicia social. Se prestan hoy a confusión. También pierden apoyo estatal, forzadas a reducir personal y recortar programas. Como resultado, las empresas que donan también se ven afectadas, porque sus aportes solo tienen sentido si esas organizaciones son capaces de llevar a la práctica sus proyectos. Filantropía corporativa y sector social forman, en realidad, un mismo ecosistema. Si las ONG se debilitan, el impacto real de las donaciones se verá reducido.
Como conclusión
Las fuerzas políticas y regulatorias están redefiniendo tanto el modo en que las empresas conciben su responsabilidad social como la forma en que las organizaciones ejecutan su misión. En este contexto, la filantropía corporativa enfrenta cambios estructurales. A pasado de ser considerada un instrumento moral o reputacional a un mecanismo de gestión de riesgo. Visto de otra manera: bajo la presión de marcos regulatorios exigentes y de una sensibilidad pública polarizada, las empresas ya no conciben la donación como gesto altruista, o para “hacer el bien”. Continúan con ellas porque les ayudan a cuidar su imagen, respetar las leyes y reforzar su posición dentro del mercado.
Siguen, pero lentamente, avanzando con mucha precaución.


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