
Here it come that heavy love, 2015
Mixed media, Acrylic on Canvas | 40 x 30 in
Hay momentos de alineación, en los que pareciera que el universo nos envía una señal. Vana esperanza. Se podría decir lo mismo de cruzar una fila disciplinada de hormigas en labor, tomando distancia perfecta, la una de la otra, y eso solo significaría que transportan materia orgánica hacia el hormiguero.
Por razones profesionales, debo escribir muchas veces en un lenguaje ortopédico. Así son las cosas. Cuando me quedan minutos vacíos, en lo que torturadas hierven tres papas para el puré de los viernes, intento escribir sin ataduras ni autocensura.
Una de las escenas que más simpáticas me resultan de la película de Tarantino 'Inglorious Bastards', es cuando Hans Landa, en el cinema Le Gamaar, pregunta con sarcástica suspicacia a Enzo Gorlomi (Lt. Aldo Raine), Antonio Margheriti (Sgt. Donny Donowitz) y a Dominick Decocco (Pfc. Omar Ulmer) por sus nombres italianos. Cuando le pregunta a Donowits, Landa le pide repetir su nombre, una vez más, solo por el placer de escucharlo en el idioma de Dante. Pues bien, como Landa, 'anch’io vorrei sentire, ancora una volta, la musica delle parole'. También quiero disfrutar de la música de la palabra.
No tanto como quisiera, me aborda en algún momento lo que José Prats Sariol en sus estudios lezamianos definió como el azar concurrente, en relación con las fases del Curso Délfico (obertura palatal, horno transmutativo y galería aporética). Estructuras simbólicas de recepción, transformación e incertidumbre que median entre el creador y el lector. Para simplificarlo lo dejo en la concurrencia casual de múltiples factores de similar peso simbólico.

Taken from eli.ps.official
Ayer en la mañana redacté una nota para el Museo de Arte Contemporáneo de las Americas sobre la adquisición de una pieza de Rubén Torres Llorca. Se titula Here it come that heavy love y fue realizada en el año 2015. Muestra el Sagrado Corazón de Jesús. En el texto comento someramente su origen como símbolo: la representación tiene sus raíces en la espiritualidad cristiana del siglo XVII, aunque su simbolismo se remonta mucho más atrás, hasta la devoción medieval por la humanidad sufriente de Cristo. El corazón empezó a concebirse como el centro del amor divino y humano de Jesús. Un símbolo de su entrega total y de su infinita compasión hacia la humanidad. Rodeado por una corona de espinas, coronado con una cruz y ardiendo en llamas, expresa a la vez el dolor redentor y la pasión amorosa. Su iconografía se consolidó a través de las visiones de Santa Margarita María de Alacoque, quien difundió la devoción a este Corazón como signo de reparación y consuelo por los pecados del mundo.
Compartí la nota en la cuenta de Instagram del museo y cuando la revisé en la aplicación, me aparecieron tres corazones en fila, mas o menos ardientes, incontestables todos. A la pieza de Rubén le siguieron, un detalle de la Alegoría de la Caridad de Francisco de Zurbarán, pintada alrededor de 1655 y un corazón tejido en espiral de puntos bajos (punto simple o single crochet), por la artista cubana residente en Alemania Elaine Piedrafita Santos, más conocida por 'eli.ps'.
No desperté a mi madre de su siesta para contárselo, por supuesto. No lo conté a nadie. Porque es una nadería.
Pero no hay dudas de que quienes en su momentos honraron al Maestro advertirán aquí lo azaroso de la concurrencia. Lo que produce lo inesperado, pero significativo. Como la poesía, este texto bastante gratuito surge de lo alineal y simultáneo. Donde convergen imagen, símbolo y necesidad. Cada uno de esto corazones —todos sacros a su manera— se apoya en lo sublime para latir cada uno es su propósito. Da lo mismo cuál. Lo claro es que ninguno busca el cielo en primera instancia. Al menos no el cielo en el cielo, sino en la tierra.
La magia de la instanciación simbólica que une lo sensorial, lo intuitivo y lo racional produce un estado de euforia similar al que provoca el del salto del trio en una máquina tragaperras. Se encienden las luces, suena como un timbre una pequeña fanfarria y por un instante, sentimos una brevísima descarga eufórica —ni tanto, licencia poética.
En la batalla de la significación, de lo simbólico, de la conciencia de lo casual, disfrutamos de una victoria pequeña, pequeñita, muy pequeñita...

Alegoría de la Caridad de Francisco de Zurbarán, 1655


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