
Passage
Tal vez ninguna otra obra condense con tanta pureza Passage nace como una visión y se despliega como un tránsito: un paso de un modo de comprensión a otro. Las nubes se transforman en velas, la luna se disuelve en eclipse y las formas recurrentes oscilan entre olas y partículas. Pájaros ascienden hacia un vacío luminoso mientras el violeta circula como un pulso interior. Para Klein, estas transformaciones expresan su fascinación por el cambio y por el movimiento fluido entre estados del ser. 'En la vida —afirma— se pasa de un estado a otro constantemente. Mis estilos son híbridos, en permanente movimiento.' Lo importante no son las respuestas —'no las hay'—, sino el camino: el viaje como revelación.
Una de las personas que más quiero en el mundo —entre otras razones, por una como esta— lloró por varios minutos al entender que el libro que la había ocupado por un breve espacio de tiempo, había terminado. Cerrar el libro y devolverlo al anaquel, implicó abandonar un mundo que ya consideraba suyo. Uno donde el bien y el mal estaban de todas las maneras posibles diferenciados. Más allá de su belleza, ese universo ofrecía propósito, contemplación autorizada y un compromiso férreo con lo espiritual bondadoso. Porque el mal también lo es y la cualidad no le resta un ápice de maldad.
Quise conocer personalmente a Keith Klein porque además de artista, es un creador de mundos. En este, en el que vivimos, la institución arte valida —y a veces con razón— a este u otro artista porque su trabajo expone las contradicciones de la realidad, el cinismo político o los desafíos existenciales de un grupo específico, a veces de uno solo de sus individuos. En no pocos casos trata con arrogante condescendencia a quienes crean uno propio, donde campea el bien y el mal encarna en otras formas. Donde acosan monstros menos evidentes.

La repetición es la madre del estudio (Repetition is the Mother of Study)
Oil on Panel | 12 × 16 inches. Signed Lower Left
Esta pieza habla del aprendizaje que retorna. Obra que el artista aprecia de manera especial y que resulta inusual para muchas personas. Parte de la idea de que 'la repetición es la madre del estudio. La mente pensante —cuando lo es en demasía— es como un martillo. Las lecciones vitales regresan hasta que las aprendemos. La imagen se reitera y adquiere rasgos de un dragón (nariz, ojo, la cabeza insinuada). Un clavo funciona como el ojo y como emblema es ambivalente. La misma herramienta clava y arranca. La elección es de quien observa. El cuadro reflexiona sobre el bucle del error, conciencia y modificación del gesto.
En 1848, cuando los cielos de mundo aún lucían incontaminados, un grupo de pintores ingleses —Dante Gabriel Rossetti, John Everett Millais y William Holman Hunt, entre otros— fundaron lo que llamaron la Hermandad Prerrafaelista. Querían volver al arte que precedió al genio de Urbino. Buscaban honestidad visual y moral, mirar la naturaleza 'con ojos limpios'. Antes de Rafael yacía olvidada aquella pureza medieval, la inocencia que consideraba el arte como un instrumento de devoción, símbolo y poesía. Sus piezas combinaron minuciosidad naturalista —elementos pintados con precisión microscópica—, con temas míticos y religiosos que colmaron de emoción y significado moral. Su trabajo es un precedente del arte que busca verdades internas y belleza trascendental. Pavimentaron con luz y reflejos una vía hacia lo sagrado.
Su legado fue además una base conceptual que aprovecharon el Simbolismo, el Aesthetic Movement en Londres, el Arts and Craft, el simbolismo rudo y el modernismo catalán. También el surrealismo poético y el neo-romanticismo.
No mucho después surge en Francia, de la mano de Georges Seurat, el puntillismo. No me interesan sus argumentos porque no significan nada en esta historia. Solo sus resultados. Lo que pretendieron —apoyar las teorías científicas del color de Michel Eugène Chevreul y Ogden Rood— generó una manera de pintar que se alejaba del gesto teatral, de la pincelada encabritada y casi indómita para hundirse en lo minucioso, en la pintura como bordado místico. Su mera ejecución los acercaba a los monjes amanuenses, copistas e iluminadores que trabajaron en los scriptoria entre los siglos VI y XV. Aquellos consideraban su trabajo, la escritura y las artes de la iluminación, como actos de penitencia y alabanza. Quisieron replicar el principio de la acción del verbo para sumarse a la Creación en tanto proceso vivo.

Tambourine Sunset by Keith Klein
Oil on Canvas | 40 x 30 inches. Signed Lower Left
La museografía—reconoce Klein con humor— la resolvió perfectamente el equipo: 'yo la habría arruinado'. Logra acentos que propones diferentes ritmos: obras 'muy brillantes' rodeadas de otras más contenidas. El propio artista comparte una clave de lectura. Cada pared puede ser leída como palabras. En un conjunto de naturalezas, por ejemplo, la vecindad convoca estaciones, tiempos de cosecha, ciclos. Tambourine Sunset, por ejemplo captura el instante exacto en que la luz destella en su máximo esplendor para apagarse inmediatamente después. Un momento tan intenso que casi se deja escuchar el zumbido de los insectos. Se acaba el show. En la tensión entre epifanía y pérdida se cifra la ética del artista.
Como lo veo, en Keith Klein coexisten el devoto de la pintura y el arquitecto como creador de mundos. Ni la manifestación física de la realidad ni su dimensión espiritual colman las expectativas que reclaman muchas almas sensibles. En el espacio que abren estos inconformes, entre 'lo que es' y 'lo que podría ser', galopa desatada y llena de júbilo la imaginación.
Las obras de Klein son el espejo —mágico sería una forma de distinguirlo del que refleja— donde podemos asomarnos a un esplendor singular. Donde florecen la lavanda, la iris germánica, las clemátides, las hortensias y el agapanto, y adquieren dimension material el miedo y el deseo. Investidos de una propiedad que no les pertenece y tampoco los contienen, vuelven soportable su experiencia y minimizan el paso inexorable del tiempo. En esos prados azules, lilas, a veces púrpura, las consecuencias de la realidad dejan de ser irreversibles, encuentra orden el caos y se estructuran racionalmente el bien, el mal, el nacimiento y la muerte.
Dentro de su particular universo este conjunto de obras considera la belleza como necesidad. Muchas de estas pinturas son sanadoras —y no quiero detenerme en ninguna en específico para no perder el sentido de totalidad. Reparan las grietas que al espíritu provocan el ruido, la fealdad o el cinismo, recordando que el ser puede sentir, ser en el sentimiento y prevalecer en lo incontaminado.

El exterminador de dragones (Dragon Slayer)
El dragón no es el monstruo que desde el exterior nos acosa. Es el que nos devora desde adentro. Es el ego. Es una pieza biográfica —la infancia con honda, la caza imaginada, el golpe súbito de conciencia cuando un primo mata un pájaro y la abuela se indigna—. El evento es fundacional. Conforma un voto ético: si matas, permanece muerto; un día puede ser uno mismo. En el lienzo, el dragón apenas asoma (ojo, cuernos, hocico), pájaros suben y bajan, una mariposa late como signo de vida eterna. Cuando el ego asoma, dice el artista, no hay que asumirlo. Obsérvalo solamente: ahí está mi pequeño amigo.
El susurro
Es posible que la vida en equilibrio resulte de la energía que el caos le devuelve cuando le impone las necesarias restricciones. También lo es que el arte emerja del mismo conflicto. Solo la contradicción genera desarrollo. El susurro podría ser el polvo mágico, la trama minúscula, el finísimo salpicado que por minucioso, contenga el desorden y la irradiación de la irregularidad. El efecto que varía según la distancia que nos separa de la pieza produce temblores ópticos que distraen, que esconden su mitología personal. muchos de sus protagonistas están camuflados en la vegetación, ocultos tras inocentes juegos de luces. Tanto que parece que invitan a ser descubiertos.
No sé si quiero entrar en ese universo. Ni en ese ni en cualquier otro. Porque he recogido los muros del propio hasta el punto de convertirlo en una celda. Pero me reconforta que aún contemos con artistas que como Keith Klein son capaces de conjurarlos. Son los demiurgos que ayudan a frenar la caída de la humanidad creativa, los que confirman la paciencia, la laboriosidad y la repetición como madres de lo virtuoso, de lo elevado, del Amor como acumulación y suma.

La llamada (The Calling)
Su obra 'más personal' dentro del conjunto. Una figura sumergida respira a través de un lirio. Una niña desde su interior le transmite información. Lucha contra todo lo aprendido —padres, iglesia, sociedad— para encontrar su propio camino. Como en Passage, hay salida y ascenso, pero aquí, cada respiración es también práctica: las tradiciones espirituales enseñan a atender las vibraciones que transmite el aire. El título bromea con el uso del teléfono. Si la sociedad está obsesionada con las llamadas, esta es otra, hacia nuestro interior. El cuadro funciona como autorretrato expandido: el artista admite que 'todos' son una extensión de si mismo, pero algunos lo son a más hondos niveles.
Whisper: Pinturas de Keith Klein fue inaugurada el 3 de octubre de 2025 y estará en exhibición hasta Noviembre 26. Un espacio que no enfriará su universo, pero si el que compartimos fuera de la galería. Yo iría lo antes posible. Para mi, el goce de esta estética calienta como una sopa casera. Cincinnati Art Galleries, 225 E 6th Street, Cincinnati, OH | 513-381-2128

Keith Klein
La obra de Keith Klein forma parte de las colecciones de la princesa de Arabia Saudita, Cincinnati Bell, Convergys, Cincinnati Financial y de numerosas y prestigiosas colecciones privadas en todo Estados Unidos. Está representado por Cincinnati Art Galleries, situada en el 225 East Sixth Street, Cincinnati, Ohio 45202. Klein se formó durante diez años con Anneliese Wahrenburg en su atelier, donde recibió una enseñanza basada en la tradición pictórica de la Escuela de La Haya. La señora Wahrenburg emigró de Alemania tras haber sido encarcelada en un campo de concentración nazi por brindar refugio y ayuda a personas judías durante la guerra.
Artista de asombrosa versatilidad, Klein transita estilos que abarcan desde el realismo clásico, el impresionismo y el puntillismo hasta la pintura en plein air, siempre reconocible por su inconfundible “voz” incluso en medio de estas vertientes tan diversas. Con frecuencia introduce símbolos y sorpresas en sus lienzos, verdaderos hallazgos para el espectador atento.
Su estudio en Florence, Kentucky, se encuentra en un edificio de 1903 que albergó en su origen el First Florence Deposit Bank. Allí imparte clases de óleo, acrílico, pastel y acuarela cinco días a la semana. Muchos de sus alumnos han sido aceptados en la prestigiosa Governor’s School for the Arts y han obtenido becas completas para sus estudios universitarios. Klein, además, posee una especial sensibilidad y talento para la enseñanza de niños y adultos con necesidades especiales.


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