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Marco Rubio. Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram

La luz que en sus rostros arde

Diciembre 21, 2025 | By Jorge Rodriguez
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El nieto de Sargón de Acad nació jorobado. Su abuelo levantó el primer imperio conocido, anclado en las tierras de la antigua Mesopotamia. Le tenía cariño, y dejó que hiciera que lo que le venía en ganas. Cuando caminaba empavonado por los pasillos de palacio, la servidumbre —por su breve estatura— se inclinaba a su paso. De manera que su visión más recurrente fue un rosario infinito de coronillas, peludas algunas, lisas y brillantes las otras. Esto le dio una perspectiva de la vida absolutamente distorsionada. Los nietos de hoy día no soy demasiado diferentes.

Naram-Sin de Acad —como fue llamada la criatura al nacer, en el 2254 antes del Cristo— fue la primera persona que se proclamó a sí mismo dios en vida, ignorando la casi saludable tradición de reyes que intermediaban con lo divino. Esta autoafirmación desmesurada por la ausencia de precedentes quedaría plasmada en la Estela de la Victoria, donde aparece con casco de cuernos —símbolo reservado a las deidades— dominando a sus enemigos desde una posición elevada: su favorita.

Aunque su imagen no buscó el realismo físico —quizás fuera del alcance de los artistas de su tiempo—, sí lo fija como individuo histórico reconocible y marca uno de los primeros ejemplos conocidos del retrato político en la historia.

Los faraones que llegaron después, llevaron la auto representación a una escala sobrehumana, claramente ostentosa. Pasaría mucho tiempo hasta que la persona que rige y decide los destinos de muchos fuera considerada 'realeza'. Y durante muchísimos años promovieron el arte del retrato. Casi siempre con ojos abiertos, mirando fijamente al espectador, que se sentiría así vigilado y bajo control para siempre, amén. También fue un acto deliberado de adulación. Muchísimos pintores, los más relevantes de cada época estuvieron gustosos al servicio del poder. Su trabajo fue embellecerlo, idealizarlo, disimular sus defectos, construir al cabo, una imagen de autoridad más allá de toda duda.

Casi cuatro mil años después de los delirios de Naram-Si de Acad, a finales del siglo XIX —ya inventada la fotografía— incluso entrado el siglo XX, el retrato deja de ser un mero instrumento de legitimación. Todos los órdenes se tambalean tras la primera Guerra mundial. Caen imperios, la figura del gobernante heroico queda desacreditada. La fotografía, porque la pintura en ese momento está de capa caída, empieza a mostrar líderes cansados, humanos y frágiles. Los líderes en desgracia lucen desgraciados como nunca antes y para finales del siglo, el retrato es una forma de interrogación pública, al menos en los países con prensa libre. En los regímenes totalitarios: el soviético, el chino, especialmente el coreano del norte, y en este lado, el caribeño, se ha practicado con delectación y urgencia la misma exaltación tri y bidimensional que estaba de moda en el Egipto de los faraones y en la Mesopotamia del divino nieto.

Probablemente por falta de información, de cultura visual o de estudios, no había visto antes una sesión de fotografías como la que realizó Christopher Anderson para Vanity Fair. Es un registro fotográfico de la plana mayor del actual presidente de los Estados Unidos, que no está incluido, por cierto. No sé por qué me viene a la mente un dicho de mi tierra: juega con la cadena, pero no toques al mono. Las fotografías fueron publicadas el 16 de diciembre ilustrando un artículo de Chris Whipple. Como era de esperar, no pasaron desapercibidas y generaron una reacción inmediata e intensa en las redes sociales.

Porque vamos a ver, no son retratos neutros, mucho menos favorecedores. Fueron concebidos dentro de una estética, dura, cruda y poco indulgente. 'Brutalista', sería mi definición. Los rostros de los protagonistas reflejan tensión, incomodidad. Los encuadres fueron interpretados en las redes como deliberadamente hostiles. La iluminación —entiendo que implacable, clínica, quirúrgica casi— magnificó los daños que la intemperie causa en la piel humana, en la de todos. Lo normal es respetar ciertos códigos, aplicar algún filtro, maquillar piadosamente la realidad.

Pero la piedad no cabe en este caso. Los 'altos rectores' que vemos a diario en los medios, rudos, imponentes, reverberan en Vanity Fair como ancianos olvidados al sol, despertados súbitamente de un sueño de varias semanas. Pueden ser metáforas de un doble discurso político, del desgaste. En el caso de la de Marco Rubio, da la impresión de que es una imagen médica con luz polarizada para evaluar el daño dermatológico. Las ironías de los usuarios de las redes se centraron en una supuesta pérdida de integridad o decadencia.

¿Qué pretendía Vanity Fair? Porque no fue idea de Anderson, por supuesto ¿Documentar el poder, volverlo un espectáculo, una contribución inesperada a la Résistance? A nivel político no pasará nada. En el circo en que vivimos se mata al payaso cada noche. A nivel simbólico, bueno... las imágenes se volvieron virales y probablemente fijarán una de las narrativas 'Trump 2.0'. Reforzarán alguna de las corrientes dominantes adversas. Presenta la élite como los soldados de a pie de un gobierno sombrío y agresivo. Efectivos que con la luz adecuada, pueden ser expuestos y juzgados a través del tribunal del arte.

Volviendo al pasado no tan remoto. En el año 1990 —quizás 1991—, una estudiante búlgara fue expulsada del ISDI —Instituto Superior de Diseño— después de una reunión relámpago donde votamos a favor y en contra. Había copiado una caricatura de Fidel Castro, convirtiéndose en cerdo, de una revista que estaba en el Centro de Información, en la biblioteca del centro. Un estudiante con un corazón más negro que el carbón, Elio, no recuerdo el apellido, le sacó el dibujo de su cartera y subió a la dirección a denunciarla.

Fue expulsada por una abrumadora mayoría, cerca de sesenta o setenta alumnos. Solo tres estuvieron en contra. Si no recuerdo mal, Diocelis, Pedro Juan Abreu y 'el Negativo'. Yo voté a favor porque sabía que su destino ya había sido sellado, también por cobarde y porque mi dignidad era tierna, pálida y de raíces débiles. Mi amigo Diocelis estaba sentado a mi derecha, fue el primero en votar en contra. Cuando levantó su mano y él mismo para negarse, mi dignidad cayó al suelo y se hizo pedazos. Con mucho trabajo, la he ido restaurando por décadas.

La personas como Anderson, como los ejecutivos de Vanity Fair, como muchos de mis amigos, tienen todo mi respeto.

P.D.

Un par de comentarios que encontré en X

—Marco, cariño, exfolia.

—¿Por qué parece que alguien acaba de matar a su perro 😭?

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Dan Scavino.Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram
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JD Vance.Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram
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Marco Rubio.Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram
Stephen Miller.Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram
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Susie Wiles.Image courtesy of Vanity Fair’s Instagram
A portrait of power, photographed by Christopher Anderson and reported by Chris Whipple.
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