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Frida Kahlo en lo que hoy es el Museo Casa Kahlo, alrededor de 1947. Credit... vía Museo Casa Kahlo

La Frida roja

Septiembre 30, 2025 | Por R10
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Basta caminar lo suficiente por las arterias de cualquier gran ciudad para que, desde algún rincón inesperado, aparezcan las icónicas cejas de Frida Kahlo. Junto con la Virgen de Guadalupe y el chile poblano constituyen los principales productos de exportación de México y un confuso símbolo para millones de mujeres en todo el mundo. En su tierra su imagen circula en billetes, perfumes, en los soportes más inimaginables. Para que tengan una idea, una vez la encontré, en un estante de una pringosa pastelería de Bakú, Azerbaijan.

Mi relación con Frida ha tenido sus altas y bajas. Estuve en la Casa Azul hace mucho tiempo. Un pequeño y fascinante museo cuyos espacios —íntimos y a la vez reverberantes— han echado a patadas a la mismísima muerte. Frida sigue allí tan viva, que parece que salió hace cinco minutos a comprar el pan. Años después disfruté con una curiosidad casi mórbida, la película que protagonizó otra ilustre mexicana, Salma Hayek, en 2002, dirigida por Julie Taymor. Artista, actriz y directora entregaron un producto realmente inspirador, que ayudó a la entronización de Frida como símbolo universal. Pero más allá de estas emociones y con la cabeza fría, vino a mi mente el pensamiento de que muy a menudo, la historia de Frida había sido consumida sin sal, sin los necesarios condimentos. Como resiliencia a secas. La banda sonora de la película le otorgó una dimensión vibrante —odio este adjetivo, pero en este caso lo necesito— y muy humana, en contraposición a la estampa de diosa mestiza que solo admite homenajes del color.

Curioso también es ver cómo el una vez icónico Diego se ha ido diluyendo en el inesperado perdón que Frida le concedió en vida y que casi todos nosotros le hemos retirado.

Pero la Frida total esconde, en mi casi humilde opinión, mucha sustancia poética que puede ser revelada en lo que ahora se exhibe en la Casa Roja.

La familia Kahlo organizaba celebraciones de cumpleaños y otras reuniones en la Casa Roja hasta hace solo un par de años.

Con plena conciencia de que la imagen contemporánea de Frida debe ser reformulada con una fiesta de detalles menores, la ciudad ha abierto, a tres cuadras de la Casa Azul, una Casa Roja. Ha sido abierta a la curiosidad popular, el territorio íntimo de la artista a modo de archivo doméstico. Si la Casa Azul ha triunfado como telenovela en medio mundo, la Roja sería una precuela. Narra los orígenes y la red afectiva que hicieron posible a una Frida Kahlo, desplazando el foco del icono de exportación al contexto que lo engendró. Detallitos a montones, que se suman ahora a los que ya se podían apreciar en el museo original.

Pertenecía a la hermana menor de Frida, Cristina Kahlo, quien se mudó ahí algún tiempo después de tener una aventura con el marido de Frida.

Cristina, la menor de las Kahlo, era dueña de esa Casa Roja. Tras casarse con Frida, Diego Rivera pagó completa la hipoteca de la Casa Azul. Y este —posiblemente por ser demasiado invasivo— no fue un gesto muy bien recibido. Guillermo Kahlo, el padre de Frida, consideró que aquella casa ya no era la suya y toda la intimidad familiar se reorganiza y toma cuerpo en la casa de Cristina. Allí celebraron los cumpleaños, resolvieron sus conflictos y acompañaron a Frida en sus momentos más difíciles, tanto físicos como mentales. También allí sorprendió la muerte a Matilde Calderón, la madre, en 1932. Esta casa sostuvo desde entonces el entramado afectivo del clan Kahlo. En paralelo, la Casa Azul quedó más vinculada a la esfera pública y política. León Trotsky y su esposa, a modo de ejemplo, vivieron en ella entre 1937 y 1939.

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Los retratos de la familia Kahlo aún cuelgan en lo que antes era el comedor de la casa.

Los relatos íntimos del nuevo escenario reacomodarán muchos detalles de las biografías. Tras el desafortunado episodio con Diego Rivera, Cristina resurge como la principal aliada de la hermana. Es ella quien la acompaña en las dolorosas convalecencias de sus cirugías y procedimientos y quien teje la red práctica y emocional que los souvenirs son aún incapaces de acomodar. La Casa Roja acogió las citas de Frida con Trotsky y con Isamu Noguchi, quien en una ocasión, al recibir de la servidumbre la noticia de que se aproximaba Diego Rivera, trepó a un limonero del patio y huyó despavorido por los tejados.

Lo que exhibe la recién inaugurada Casa Roja no es la Frida del catálogo. Son las reliquias de su vida doméstica. Cartas firmadas con diminutivos, fotografías, vestidos, muñecas, medicinas, recibos de gas. Honra incluso la memoria de Guillermo Kahlo con un cuarto rojo y oscuro, que nos recuerda al padre migrante y fotógrafo que afinó la mirada de la hija.

Cuarto dedicado a Guillermo Kahlo.

La museografía, diseñada con el estudio de David Rockwell, rehúye el espectáculo digital. Más que la estetización de su cotidianidad, la documenta. Y lo hace desde una lectura analógica, totalmente sensorial. Ventanas cubiertas con bordados realizados por mujeres que hoy citan a Frida como homenaje —“¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?”— y devuelven a su obra la cadencia doméstica que la alimentó. El gesto curatorial se completa con El mesón de los gorriones, posible mural de Frida en la cocina (c. 1938), donde el juego con “gorrones” ironiza sobre los comensales y el reparto de lo común. La toronja plantada en el patio y el árbol del mural enlazan memoria olfativa y visual, uniendo la casa viva a su representación.

Puede decirse que esta nueva Casa Roja reencuadra la mirada que la Azul ha conformado desde hace demasiados años. Y consuma una definición que hasta ahora fue apenas teórica: el andamiaje afectivo de las hermanas, los susurros de sobremesa y los modestos trazos de sus pequeñas economías. La Azul se confirma como mitología pública, la Roja expone los huesos que sostienen la simbología.

Con el respaldo de la Fundación Kahlo, el proyecto suma un premio y becas para artistas emergentes, pero su aporte mayor es desplazar a Frida del ícono mercantil al archivo doméstico, devolverle el contexto, la escala humana y, sobre todo, hacer notable la trama que hizo posible una obra de tanta magnitud.

Gallery

En el Museo Casa Kahlo de Ciudad de México, también conocido como la Casa Roja, los descendientes de Frida esperan promover una imagen de la artista más allá de su identidad en torno a Diego Rivera.
Casa Kahlo conserva muchos de los efectos personales de la familia.
La madre de Frida, Matilde Calderón, falleció en la Casa Roja en 1932, y esta pasó por tres generaciones de la familia. Credit... vía Museo Casa Kahlo
El museo incluye textiles bordados por mujeres artesanas con citas de Frida.
También presagiaba otro árbol cítrico que esperaba a los invitados en la cocina. Ese forma parte del mural de Frida. Según la familia, es probable que sea el único mural que hizo.
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