
Avi Schiffmann
Avi Schiffmann nació en Washington State el 26 de octubre de 2002. Ese mismo mes se estrenó Ghost Ship, un thriller gótico y sobrenatural que, desde un terror pálido y diluido, moraliza sobre el pecado de la codicia. Un equipo de salvamento marítimo encuentra a la deriva el transatlántico Antonia Graza, desaparecido cuarenta años antes, y al abordarlo descubre lingotes de oro y los restos de una masacre. Pronto comprenden que el barco está maldito: un demonio ha tendido una trampa para recolectar tantas almas como le sea posible utilizando el tesoro como cebo. Convencido de que la codicia humana es irrefrenable, el director Steve Beck construye un relato sobre la ambición, la culpa y la imposibilidad de escapar del mal que uno mismo despierta.

Ghost Ship
Aquel demonio, posiblemente, en una de aquellas tardes grises y frías, dejó la película y salió a dar una vuelta. No hay manera de probar que encontrara al pequeño Avi en la cuna y le susurrara unas cuantas maldades. Cuando tenía 17 años, el niño creó uno de los portales más consultados para rastrear el COVID a nivel global. Desde entonces ha demostrado una curiosa mezcla —demoníaca, dirían algunos— de ambicioso visionario y provocador mediático. Aburrido, al parecer, del recto camino, dio un disgusto a sus padres y dejó sus estudios en Harvard para dedicarse a la exploración de las zonas escalofriantes donde el alma humana puede ser interceptada por la tecnología.
Entre 2023 y 2024 construyó Friend, un colgante con inteligencia artificial concebido como compañero emocional portátil. Es un disco pequeño, más o menos del tamaño de un AirTag —menos de dos pulgadas de diámetro y menos de un centímetro de grosor—. Pesa once gramos, más o menos lo mismo que un cuadradito de chocolate arrancado de su tableta madre. Internamente incorpora un micrófono siempre activo que escucha el entorno del usuario y sus conversaciones, con la idea de captar contexto y significado en su día a día. Si tocas o presionas un sensor táctil (una luz central), puedes formular una pregunta o un comentario, y Friend responde con un mensaje de texto a través de una aplicación activa en tu teléfono. Incluso si no le preguntas nada, si lo ignoras, Friend puede tomar la iniciativa de preguntarte en qué andas, qué haces, por qué estás tan callado. Nada bueno será. ¡Ojo! Este pequeño demonio tiene una autonomía de 15 horas y no descansa nunca.

Su campaña publicitaria lo vendió como “ese amigo que nunca te dejará solo” y que te ofrecerá apoyo emocional cada vez que lo necesites. Incluso cuando no te haga ninguna falta.
Sin embargo, las calles de Nueva York lo transformaron en el epicentro de una airada polémica sobre la soledad y los límites éticos de la tecnología, y lo han convertido en el oscuro símbolo de la resistencia cultural frente a la mercantilización de la intimidad. Sobre los carteles situados en el metro, indignados grafiteros han dejado frases como “AI doesn’t care”, “Human connection isn’t a feature — it’s a faith” o “AI is not your friend”. Este repentino y descontrolado arrebato caligráfico supone una respuesta visceral ante la idea de reemplazar el contacto humano con un simulacro digital. La ola de vandalismo se extendió por redes sociales, derivando en un sitio web donde miles de usuarios “vandalizan” virtualmente los anuncios, convirtiendo la campaña en un laboratorio de crítica pública sobre el control de datos, la vigilancia encubierta y la manipulación emocional de la tecnología.
No puedo negar que todo esto me da mucha gracia, y es otro argumento en el arsenal de los detractores de la inteligencia artificial. Y sí, claro que sí: este es un aparato tonto y ridículo, porque se supone que si alguien no acude a la cita que con tanto celo planificaste, no vuelvas a casa musitando que eres un perdedor, que nadie te quiere, que no sabes cómo seguir adelante, para que tu colgante mágico te envíe un texto diciendo que a cualquiera lo dejan colgado de la brocha. Que no es nada personal.
Más allá del episodio mediático, Friend mete sus dedos helados en la fractura emocional de la sociedad contemporánea. Es cierto que muchísimos adultos jóvenes están solos, y que cada vez la relación con el otro —sea del otro o del mismo sexo— es más difícil de sostener, porque las expectativas distorsionadas por los gurús de la corrección universal son más altas que el propio sujeto que las demanda. Cierto también que la tecnología altamente reactiva y responsiva malcría, y que es ella misma una de las causas del problema.
Por último, también es cierto que este rechazo es una perreta social por la urgencia de volver a reconectar con otros humanos. Avi Schiffmann defiende su colgante como una forma de compañía futurible, pero “no distópica”. Pero ya sabemos sus conexiones con el lado oscuro. Los sociólogos que miran más allá de sus notas lo ven como el síntoma de una crisis ética inminente: la colonización de los afectos por parte de las máquinas. La ansiedad del hombre moderno necesita atención y consuelo sostenido... cosa que otros humanos no están en condiciones de dar, porque, a su vez, también los necesitan. La máquina puede hacerlo, y al suplantar al emisor regular y ser tácitamente aceptada, confirma el vacío existencial humano.
Queda claro que, en teoría, el público iracundo no necesita espejos digitales: exige una presencia real, imperfecta y humana.
Tanto Avi como su demonio saben que muchos de ellos, tras garrapatear las paredes, arrancar los anuncios, alborotar las redes, serán tragados por una nube densa de soledad. Y, en la oscuridad silenciosa, presionarán un sensor táctil...
—Amigo... ¿estás ahí?


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