Por motivos de trabajo, y por otros muchos, suelo descargar y archivar revistas de temática especializada. Entre ellas, una cantidad muy considerable dedicadas a la fotografía. Las regulares, es decir, las que casi siempre están disponibles, son unas 35. Sospecho que la mayoría cuentan con el patrocinio de grandes marcas de cámaras profesionales y semiprofesionales.

A principios de este siglo, proliferaron las cámaras digitales compactas —point-and-shot—, concebidas para la gente común. Introdujeron un quiebre en la cultura fotográfica dominada hasta ese momento por los expertos. Generalizaron una tecnología capaz de producir fotografías competentes con un mínimo de intervención técnica. Compré una de ellas, en Berlín, alrededor de 2004, que me acompañó por muchos años y que recogió momentos inolvidables: buenos y malos, como Dios manda. Ni idea de que se hizo de ella.

Estaban condenadas cuando nacieron. Entre 2008 y 2010 se produjo un cambio estructural. Los teléfonos móviles comienzan a compensar sus limitaciones físicas mediante el software —autoenfoque más fiable, balance de blancos estable, reducción de ruido— y logran, por primera vez, resultados comparables a los de una compacta básica en condiciones de buena iluminación. El golpe definitivo llegó entre 2011 y 2012. La calidad fue ya 'suficientemente buena', la cámara está siempre disponible y la imagen se podía compartir inmediatamente. A partir de ese momento dejamos de comprar aquellas cámaras entrañables, no porque el móvil fuese demasiado superior en términos técnicos, sino porque la ecuación experiencia–resultado se volvió imbatible. Desde 2013, las compactas económicas entraron en una extinción práctica, sobreviviendo únicamente los modelos premium y los dispositivos especializados.

Sin embargo estos son caros, inaccesibles para un encaprichado, pero no tanto para un verdadero entusiasta, que ahorrando se puede comprar en unos años un equipo realmente bueno, cuerpo de cámara y lentes.

Por eso hay que generar mucho entusiasmo. Una buena manera son los concursos. Los lanzan todos los grandes actores del negocio. Nikon, por ejemplo. Uno de ellos, el Nikon Comedy Wildlife Awards es un certamen internacional dedicado a destacar las imágenes más divertidas y expresivas de la fauna salvaje. Como les gusta contar a sus creadores —los profesionales Paul Joynson-Hicks y Tom Sullam—: 'surgieron para celebrar la vida animal desde una perspectiva lúdica y respetuosa, mostrando gestos, situaciones o coincidencias visuales que evocan humor sin explotar ni denigrar a los animales'. Sólo quiero destacar por mi parte, que fueron creados apenas dos años después de la debacle de las versiones compactas de bajo costo.

El de este año lo ganó Mark Meth-Cohn, un fotógrafo del Reino Unido aficionado a la vida salvaje. La edición atrajo la cifra récord de 10.000 fotografías procedentes de 109 países.

Todos los que me conocen saben lo mucho que me gustan los animales. Siempre me llaman la atención sus fotografías. Sobre todo las que generan la duda de si en realidad poseen estructuras emocionales más complejas que las que les imaginamos. Carecen de lenguaje para expresarlas o sencillamente, de la manera en que lo hacen, entendemos apenas lo básico.

Si pretendemos entender los gestos de un animal a través de su semejanza con la experiencia humana, estamos perdidos. Aún así, es innegable que se divierte, o que ejecuta una coreografía con la cuál intenta trasmitir un estado afirmativo, de acción, no de huida.

Es tan evidente que sus ancestros son los mismos que los nuestros.

PD. Adivinen con qué cámara se tomó la mayorías de las fotografías participantes en este concurso. Son  aproximadamente 10.000 fotografías. Una Nikon de rendimiento medio estará alrededor de los US$ 2,500. El resultado bruto son 25 millones de dólares... —por fiscalizarlos de alguna manera— solo en este concurso.

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