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El arte como renacimiento

Octubre 2, 2025 | Por R10
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Helene ha sido considerado el huracán más mortífero —tierra adentro— de la historia moderna de los Estados Unidos. Era imposible anticipar la magnitud del desastre que ocasionaría al dirigirse hacia el este de Tennessee y el oeste de Carolina del Norte. Fue precisamente en esta última donde se produjo la mayor cantidad de muertes: más de un centenar. Los daños materiales son incalculables. La recuperación ha sido lenta y esto ha generado debates políticos. Y aunque hubiera sido rápida y eficiente, las pérdidas humanas son irreparables. Como todo lo que ha tenido, digamos, nombre propio. Ante fatalidades como estas, lo demás queda momentáneamente en silencio.

Los sobrevivientes empiezan más tarde a descubrir que han perdido objetos cuyo valor nada tiene que ver con lo material. Fotografías, muebles, vajillas... pertenencias que acumularon más risas y lágrimas que polvo, pletóricas de sentido. Las frágiles evidencias físicas que contuvieron recuerdos del aún más delicado mundo espiritual.

Las pérdidas en el terreno de la cultura, otro tanto. Los libros se pueden volver a imprimir, pero las pérdidas de obras de arte son particularmente dolorosas porque, aunque queden sus fotografías, casi todo su valor reside en su permanencia.

En Asheville, Carolina del Norte, el River Arts District (RAD), que sigue la ribera del French Broad River a pocos minutos del centro, quedó devastado. Fue un barrio industrial reconvertido en comunidad artística, cuyos antiguos almacenes y factorías se transformaron poco a poco en estudios, galerías y talleres. Al estar junto al río sufrió inundaciones severas y la pérdida de incontables obras de arte, materiales y espacios de exhibición. Fue uno de los lugares más visibles de la devastación cultural en Asheville tras el paso de la tormenta.

Un año después, apenas una fracción de la ayuda prometida ha llegado. Los pueblos aún huelen a tierra mojada y ruina. Pero la respuesta local fue buscar sentido en el trabajo físico. Limpiar para volver a levantar. En este rincón, donde la creatividad siempre fue inseparable de la tierra, el arte se volvió refugio y lenguaje común.

Carr, de 36 años, de Marshall, Carolina del Norte, finalmente supo lo que le había ocurrido a su amigo. Su casa se había derrumbado en un deslizamiento de tierra. Sufrió un traumatismo craneal, costillas rotas y un pulmón perforado. Pero seguía vivo. Photographs by Mike Belleme (via The New York Times)

Artistas de todos los géneros han encontrado fuerzas en el dolor.

En Marshall, Douglas Carr escuchó el relato de un amigo que sobrevivió al derrumbe. La avalancha de lodo casi lo traga. Carr, que canta bajo el nombre de Soft Talk, convirtió su angustia en música. Su canción habla de pérdidas, de montañas que no pudieron sostener tanta lluvia, de un dolor que se empuja con alcohol pero que nunca se borra. Canción como bálsamo, como intérprete de la fuerza bruta e indiferente de la naturaleza.

Cuando la niña relató más tarde esta historia a la organización de ayuda, Beloved Asheville, lo contó de esta manera: No se preocupen. Ahora mamá es una sirena. Photographs by Mike Belleme (via The New York Times)

La historia, por ejemplo, de una niña que vive porque su madre se aseguró de dejarla en un techo antes de desaparecer arrastrada por el lodo. Para la niña, la madre es una sirena, como lo fue también para el titiritero Edwin Salas. A partir de la triste experiencia creó un espectáculo donde una sirena salva a un niño y lo arrulla bajo las estrellas. Lo hizo para todos los niños que perdieron a sus padres y para los que ya no verán marionetas. También para sí mismo, que perdió su taller bajo las aguas.

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El señor Bower, de 51 años, se encuentra en el proceso de edición de su película. Desde la tormenta se ha visto obligado a mudarse cuatro veces a viviendas temporales. Photographs by Mike Belleme (via The New York Times)

Chris Bower encontró su casa partida por un árbol y pensó en una novela de ciencia ficción. Entre aquellos edificios destripados y autos arrugados como latas, escribió un guion que filmó en medio de los restos de la tormenta. Su película habla de desconfianza y cooperación, de cómo sobrevivir a un desastre. No importaban las posturas políticas, solo la ayuda mutua para sobrevivir. Bower se ha mudado cuatro veces desde aquel día.

El oeste de Carolina del Norte resiste con canciones que intentan cerrar heridas, con marionetas que transforman la pérdida en mito, con películas que inventan un futuro posible en medio de ruinas. También tengo allí un amigo, un magnífico artista, Rigoberto Mena, que sabe, como el resto de los creadores locales, del arte como refugio, como memoria. Del arte como una forma de no rendirse.

En la versión en español que leerán mis amigos, Mena no necesita presentación. Tomada del Instagram del artista

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