
Prophetic, pintura de Danielle Mckinney, cuya obra está en exhibición este mes en el Rose Art Museum. Harper’s Magazine, noviembre de 2025.
Día a día recorro varios medios que, en su totalidad o en sus secciones culturales, comentan lo más significativo del universo de las artes visuales. Son la fuente principal de mis modestos archivos. A veces encuentro piezas interesantes que solo ilustran un artículo; afortunadamente, cuando se trata de revistas serias, la ficha técnica ofrece todos los datos necesarios. Más allá de la excelencia de la obra, conviene preguntarse de vez en cuando si, como “ilustración”, es una elección atinada.
En este caso se trata de un relato de ficción de Olivia Laing que reconstruye cómo Pier Paolo Pasolini y su equipo conducen los procesos pre-productivos de Salò, para construir un lenguaje de encierro donde la simetría de los encuadres resulta esencial para cerrar el campo visual y mental. Salen a buscar localizaciones y ese “making of” se convierte en una meditación moral. La República de Salò como trauma que no termina; la puesta en escena como clausura; el vestuario como prueba y acusación —paleta monocroma, jerarquías de dominación—; las capas de complicidad que permiten el horror; y la película como exorcismo de heridas privadas y políticas. Es un pasado que horroriza y que nuestro presente no termina de conjurar.
En el relato, el personaje de Danilo denuncia que el sistema se sostiene por la complicidad cotidiana. Muchos “hacemos la vista gorda” alguna vez y, con los ojos semicerrados, nos volvemos partícipes pasivos del horror.
Por ello creo que Prophetic, de Danielle Mckinney, ilustra el texto con precisión —casi en exceso, por lo enfático. El monocromo con un solo acento cromático rima con la visión “drenada de color” de Salò; el paisaje brumoso y el encuadre estable producen cerco y tiempo suspendido. El vestido blanco concentra la mirada y convierte al vestuario en lugar de sentido. No adorna, es un argumento de conciencia. En el marco que plantea Laing, la ropa funciona como acusación y testimonio, de modo que ese blanco cifra la dimensión ética de la imagen. A la vez, al cubrirse los ojos, la figura interrumpe el circuito reflejo del espectador —rostro, ojos, apropiación—, traza un límite, se sustrae a la disponibilidad y desactiva la gratificación de mirar sin permiso. Esa negativa impone distancia ética y nos obliga a reconsiderar qué significa mirar y qué, hacer la vista gorda.
Ahora bien, la imagen me llamó la atención ante todo por sus valores formales. La figura ocupa el primer plano y da la espalda al entorno. Un paisaje que se me antoja europeo y que antes que un espacio desagradable bien podría resultar uno mental. Pervierte el reconocimiento facial, lo exterior y notorio y nos lanza directamente en su interioridad. Las sierras grises y negras, casi monocromas, se estratifican en bandas que recuerdan las más tenebrosas de Zurbarán y la luz la narrativa de un Vermeer. Funcionan mejor como topografía psíquica, imponen distancia, presagio —prophetic— y silencio. Esa economía cromática es típica de McKinney, que a menudo hace emerger la figura desde fondos oscuros para trabajar su psicología. Las uñas son la nota de color más alta. Cálidos acentos que resultarían gratos a un goloso del color como Matisse. Es en ese contraste que leo la tensión entre una deducible tormenta interna y el gesto seco y categórico de rechazo. Calma exterior e intensidad latente.

Danielle McKinney por Pierre Le Hors, Vogue
Danielle nació en Montgomery, Alabama, en 1981; tiene un BFA del Atlanta College of Art y un MFA de Parsons School of Design. Dejó la fotografía durante la pandemia para dedicarse a la pintura. Ha expuesto en Marianne Boesky Gallery (Nueva York) y Galerie Max Hetzler (Berlín/Londres). Tell Me More, en el Rose Art Museum (Brandeis University), es su primera individual en un museo de EE.UU. Sus mujeres —mayoritariamente negras— aparecen en reposo, introspección y autocuidado, en contraste con su histórica hipervisibilización funcional. Los textos curatoriales han presentado su obra como un relato de resiliencia —¿pero, qué no es hoy un relato de resiliencia?—, belleza y autonomía de la mujer negra. Esa serenidad invita a respirar junto a ellas, legitimando su derecho al descanso y a la interioridad.
Una gran obra y un uso espléndido por la dirección de arte/la edición gráfica de Harper’s Magazine —¿cabría esperar otra cosa de la revista mensual de interés general más antigua en publicación continua en los Estados Unidos? Difícilmente. ¿Nos aleja este análisis de la primera pregunta? Quizá; pero si algo no permite Salò —ni la imagen que la ilustra— es apartar la mirada. Ante las señales del regreso de épocas inhumanas y desvergonzadas, no cabe desentenderse; menos aún, taparse los ojos.


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