
Napoleon Crossing the Alps, oil on canvas by Jacques-Louis David, 1801; in the Musée National des Châteaux de Malmaison et de Bois-Préau, Rueil-Malmaison, France
Tengo una idea aproximada de dónde se encuentra New Zealand (Nueva Zelanda). Y estoy contento de no saberlo exactamente, porque vista de esa manera resulta más misteriosa o enigmática. Incluso allí —tan lejos de lo que consideramos el corazón del planeta, que es nuestro apartamento— se desarrollan eventos o situaciones que resultan muy familiares. Decía mi abuela Jacinta: En tolos sitios cuecen fabes… y dalgunes, hasta les quemen.
New Zealand decidió eliminar la Historia del Arte del plan de estudios de secundaria. Es algo que no debería quedar en un trámite administrativo más, ni en una reorganización ocasional de las materias de historia.
Es un cambio de paradigma educativo profundo y estructural que privilegia lo cuantificable sobre lo interpretativo, lo técnico sobre lo humanístico, lo inmediato sobre lo que conserva memoria cultural. Explicado de manera simple: conservaremos lo cuantificable, lo que se puede medir. Lo que necesita un esfuerzo de interpretación, pensamiento o voluntad de contextualización deja de ser prioritario. Más que una singularidad neozelandesa, es un signo del tiempo que consumimos.
En septiembre de 2023, su Ministry of Education publicó la lista de asignaturas “orientadas al futuro” para los alumnos de entre once y trece años. Sin consulta ni explicación, Historia del Arte —junto con grabado y escultura— fue eliminada. La consideraron innecesaria por ser una asignatura “rica en conocimiento” pero poco útil para el futuro.
A nivel mundial, el valor de las artes, las humanidades y las ciencias sociales cae en picada. También se alejan las fuentes de financiamiento. Los patrocinadores se llenan de dudas, al parecer, porque el pensamiento y las ideas son incontrolables.
Erica Stanford, la ministra de educación local, dejó caer que se implementará una asignatura sobre Inteligencia Artificial Generativa. No solo los estudiantes: los adultos necesitan hoy prestar atención adicional para distinguir lo real de lo fake. En la mayoría de los casos pueden identificar lo real porque han acumulado conocimiento y habilidades de lectura que van mucho más allá de la capacidad de leer un texto. Pueden leer imágenes, contexto, circunstancias: lo que consigue una visión final un poco más cercana a lo que el consenso considera real.
Las asignaturas que se ocupan del arte ofrecen habilidades cruciales en alfabetización visual y pensamiento crítico, junto con conocimientos sobre el peso del poder en la identidad cultural, social y política.
Lo curioso es que su Ministry for Culture and Heritage tiene un programa —Amplify— que aspira a aumentar la participación en las artes un 10% y hacer crecer el sector creativo en 5.000 empleos para 2030. ¿Cómo entender la eliminación de una de las primeras etapas del camino?
Desde una perspectiva teórica, este episodio revela una concepción profundamente instrumental del conocimiento. No responde a un déficit de utilidad, sino a un cambio en la definición de lo útil. Lo peor —lo que se intuye en los recovecos de esta iniciativa— es el recelo hacia la libre interpretación y la certeza de que se prefiere el adiestramiento por encima de la reflexión. Sin dudas, el horizonte formativo perderá mucha sangre al ajustarlo a la lógica de la inmediatez económica.
Lo menos que podemos hacer quienes aún podemos algo, es exponer la idea de que el conocimiento visual no es ornamental. Es un componente estructural del pensamiento crítico. La Historia del Arte, más allá de refinar la valoración y el disfrute de la obra plástica, ayuda a descifrar las operaciones del poder, a comprender cómo las imágenes modelan la subjetividad, a reconocer cuándo la estética sirve al control y cuándo lo desafía. El mundo produce cada día un impetuoso torrente de imágenes. La cultura visual ayuda a los ciudadanos a navegarlo, a sobrevivirlo, a advertir narrativas manipuladas y realidades conformadas a medida.
Lo subjetivo, como tal, es lo que necesita preservación, porque es siempre único, no replicable. Un premio Nobel y un niño, al sumar dos más dos, llegan al mismo resultado. Es una operación replicada desde hace miles de años, y otros tantos más adelante se mantendrá exactamente igual. Al excluir esta clase de asignaturas, se clausura una manera de pensar; se pone en peligro la capacidad de una sociedad para comprender su propio imaginario.


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