
Intentando encontrar algo interesante en las plataformas para una quieta noche de diciembre me detengo en la que me parece la última versión cinematográfica del mítico Superman. Leo que fue escrita y dirigida por James Gunn y estrenada en julio, en el verano pasado. Veo que disfruta de una buena acogida, por parte de la crítica y también del público. Todo un éxito comercial, de hecho, entre las que han presentado al super héroe como protagonista absoluto, la más taquillera, en los Estados Unidos
Su director en una entrevista afirmó que Superman es 'An immigrant that came from other places and populated the country…' Ardió Troya. Ardió X: Disparate woke, 'gran trabajo, izquierdistas... la peor gente del planeta'. Piropos por el estilo. Gunn había provocado antes a Donald Trump y a su infantería y así habló en medio de un verano marcado por las redadas de la agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).
Para ser sinceros, casi todos habíamos pasado por alto que Superman es prácticamente —o por completo— un ilegal. Uno de los máximos símbolos morales del país es un inmigrante. Ni siquiera ingresó dentro de los términos de la legalidad vigente. Ni siquiera procedía de unos de esos países de mierda, de los cuáles ya no se puede llegar, sino de Krypton, un planeta de mierda, en plena decadencia y destrucción. Al menos llegó guapo, con ojos azules, que es un atenuante.
Quizá haya un contexto adicional que explique la virulencia de la reacción.
Superman fue concebido por los hijos de dos familias judías inmigrantes. Jerome 'Jerry' Siegel, cuyo padres emigraron de Lituania a Nueva York en 1900, y Joseph 'Joe' Shuster, —los suyos lo hicieron de los Países Bajos a Toronto. Se conocieron en la escuela, aquí mismo, en Ohio, y se dieron cuenta de que tenían algo en común: el resto de los estudiantes se metía con ellos.
Proyectaron en su imaginación una figura que los librara de sus pequeñas tragedias personales. Un norteamericano procedente de otro lugar, que enfrentaría a los abusadores y defendería a los oprimidos. Su identidad alternativa, su personaje mimético —el periodista Clark Kent— sería incluso tímido, poquita cosa, y usaría como el propio Siegel, espejuelos graduados.

Era imposible imaginar el impacto que tendría aquel primer número de Action Comics de DC, publicado el 18 de abril de 1938, con el arribo de Superman. No fue ni de los primeros héroe de las revistas de historietas —Doc Savage o John Carter de Marte lo preceden, por ejemplo—, pero si el primero con poderes sobrenaturales, el primer 'super'. En aquella portada ya incrustaba un automóvil contra una roca, mientras 'los malos' huían aterrados. Fue un momento cataclísmico que dio a luz una modalidad cultural absolutamente inédita, que pesaría desde entonces como pocas en el imaginario colectivo. El concepto del 'superhéroe'.
Con el tiempo aumentarían las contradicciones provenientes su naturaleza dual. Porque nuestro personaje encarna como nadie la paradoja de poseer capacidades sobrehumanas, y sin embargo, adoptar deliberadamente una máscara de modestia, torpeza y contención. No lo define lo que puede hacer, sino lo que elige dejar de hacer. Como ideal —formulado una y otra vez como verdad, justicia y una idea vaga del bien común—, se le sitúa en la delicada frontera entre la moral universal y el contexto histórico concreto que lo determina. Por eso ha funcionado siempre como espejo de su tiempo. Cuando la confianza social en la institución es fuerte, se le toma como garantía. Cuando se erosiona o desaparece, revela grietas, contradicciones y sospechas.
Esta intermitencia puede ser considerada como esencial. Porque pone a prueba su naturaleza continuamente. Su identidad no depende de un territorio específico sino de la brújula ética. En su observación reside su coherencia, porque cuando la pierde, solo queda violencia gratuita y perdida de control. Actúa con la moralidad de un terremoto. Su vigencia no radica en la acumulación de poder, sino en una frágil combinación de decencia, responsabilidad y desarraigo. Y lo que lo hace relevante —y permanentemente inverosímil— es que elija no aplastar un mundo que podría dominar.
Eso es que lo una de las tantas Américas que coexisten, cree que son sus fundamentos morales. Hay otras que lo ven como una fuerza a la cual temer, ante la cuál habrá de hincar una o las dos rodillas. Como un blanco fornido, de ojos como el cielo, enfundado en un maillot azul y rojo, logotipado: una producción absolutamente local para el consumo interno y desde allí, para el resto del planeta.
Con el tiempo es posible que el ecosistema cultural haya distribuido otros super poderes entre héroes de segunda o tercera línea. Digamos que es algo vergonzoso que el resto de las comunidades que conforman dicho ecosistema estén subrepresentadas —que sí, que por mucho tiempo lo han estado— y broten como setas y se confundan y constantemente roben la atención que no demanda el fornido pionero.
Una de las páginas de The Definitive History muestra en sus viñetas dos encuentros con el presidente John F. Kennedy, publicados después de su asesinato. En uno de ellos, JFK, desde la figura pública de Superman, conoce su identidad secreta —descubre que él y Clark Kent son la misma persona—, accede al dato estructural del mito. Algo que no perturba en absoluto al superhéroe: 'Si no puedo confiar en el presidente de los Estados Unidos', sonríe, '¿en quién puedo confiar?'.
¿Imaginan esa viñeta hoy día? Posiblemente otro presidente acudiría directamente a red social para despotricar sobre ese Clark Kent, 'terrible personaje, un cretino', propagador de 'fake news'. Y ojo que no advierta que se trata de un ilegal que vino de un planeta de mierda, en un asqueroso sistema solar con una estrella moribunda y patética.


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